El 23 de abril celebramos el DÍA DEL LIBRO.
Por ello, vamos a recordar estas palabras que el poeta Federico García Lorca dijo al inaugurar la biblioteca de
su pueblo:
No sólo de pan vive
el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría
un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres
coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del
espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del
Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. Yo
tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un
hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un
pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no
tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos
libros los que necesita y ¿dónde están esos libros? ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí
una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos
pedir como piden pan o como anhelan lluvia para sus sementeras. Cuando el
insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa
mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia,
alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de
nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía:
“¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía
frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros,
es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y
del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo
por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma
insatisfecha dura toda la vida.