BIBLOGTECA IES ROMANO GARCÍA

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martes, 5 de junio de 2018

RELATOS GANADORES VII CONCURSO DE RELATOS INSTANTÁNEOS




    Por fin tenemos los relatos que han resultado premiados en el concurso de este año. Los afortunados podrán recoger su premio en la Gala final de curso, que tendrá lugar el próximo 28 de junio.

    CATEGORÍA   A (6º de E. Primaria):

                   1er premio: "El castillo de las alturas", de Andrea Clares Ramírez
                   2º premio: declarado desierto.

    CATEGORÍA   B (1º, 2º y 3º de ESO):

                   1er premio: "La desaparición del pez nº 45", de Rocío Rufranco Gadea.
                   2º premio:    Relato sin título de María Moreno Carrillo

    CATEGORÍA   C (4º de ESO y Bachillerato):

                   1er premio:"Las almas en pena se las lleva el mar", de Daniel Fernández Hurtado 
                   2º premio: declarado desierto.


¡¡¡ENHORABUENA A LOS GANADORES!!!


 



"El castillo de las alturas" (1er premio Cat. A), de Andrea Clares Ramírez.

   Oscurecía en Villalturas. Las luces de las farolas comenzaban a encenderse, y los jóvenes del pequeño pueblo salían de sus casas.
   Un grupo de amigos se reunía en la plaza central del pueblo, donde contemplaban el encendido de las luces del castillo, en lo alto de la montaña.

   Juan y Marta nunca habían visitado el castillo, al contrario que sus amigos.


-- Entonces, si no habéis ido nunca, podríamos ir ahora-- propuso David.

--Yo sé un atajo--añadió Isa.
--¡Pues vamos!!--exclamaron Juan y Marta al unísono.

   Recogieron sus cosas y se dirigieron hacia el castillo. El atajo de Isa era corto, pero tenía un inconveniente; era un camino muy escarpado, pero a los amigos no les importó. Tras varias caídas y tropiezos, llegaron al castillo.


   El viaje valió la pena, sólo para ver las vistas del pueblo desde aquella maravillosa colina.






"La desaparición del pez nº 45" (1er premio Cat. B), de Rocío Rufranco Gadea.
   Sólo una ola, tan sólo una ola. con el corazón atravesado en la garganta avancé un paso más con cuidado de no firmar mi sentencia de muerte poniendo el pie en una roca más pequeña o húmeda de lo normal. Apenas habían pasado dos meses desde la muerte de mi padre y nunca pensé que volvería a la escena del crimen. Aunque las incógnitas de suicidio o asesinato eran a partes iguales, sabía que mi padre no se había tirado por ese acantilado.
   El olor a sal penetró en mis fosas nasales y el pelo poco a poco se iba humedeciendo; el agua de las rocas se introducía por la abertura de la suela de mi bota izquierda. Después de esta excursión me harían falta muchos caldos de pollo y aspirinas. Me sabía raro el hecho de que mi padre viniera todas las mañanas a este sitio a pescar, ya que observando la magnitud de las olas era prácticamente imposible. Entonces caí en la cuenta de que era imposible que desde el mini saliente donde yacía alguien hubiera muerto en el caso de que se hubiera tirado o lo hubieran empujado. Me froté dos veces la nariz y decidí subir al saliente más alto de la bahía...

   Una vez allí, el viento soplaba más fuerte, hacía aún más frío y las olas imponían mucho más. Apoyé el pie derecho entre dos robustas rocas y el izquierdo (empapadísimo hasta por entre los dedos de los pies) lo dejé caer un poco más hacia adelante sobre una roca plana cubierta de musgo verde. Subir, para mi sorpresa, no había sido más complicado de lo que me enseñaron en el rocódromo hace cinco años, pero bajar me producía más "canguelo". Y entonces apareció la ola más grande que jamás, en mis veinte años de vida, había visto. A pesar de que esa ola podría haberme matado, al fin y al cabo habría muerto viendo una maravilla. De repente un estruendo me sacó de mi idea de fallecimiento perfecto y ante mí vi cada gota de agua romperse en la piedra  que salía justamente a unos diez metros de mis pies.


   En ese momento fue cuando comprendí que mi padre no podía estar muerto.



Relato sin título (2º premio Cat B), de María Moreno Carrillo
   Aquí estoy, otra vez en el mismo sitio de siempre, donde puedo despejarme y olvidarme de todos mis problemas.

   Hoy mi perrita Mal, mi única compañera, se ha puesto enferma. La he llevado al veterinario y me ha dicho que con tratamiento mejoraría, pero la enfermedad seguirá ahí. He confiado en él y ahora estoy más tranquilo, porque cuando estoy aquí, casualmente el mar se mueve acorde a mi corazón, y eso me tranquiliza.

   A veces pienso que no es casualidad; yo nací en esta playa, así que podría tener algo que ver. Luego dejo de hacerlo y empiezo a pensar que estoy loco.

   He llegado a mi casa. Mal está durmiendo, hoy está muy cansada, espero que mañana esté mejor. No soporto verla así; ella antes era muy nerviosa.



   Ya han pasado seis meses desde el día en que empezó a tomar sus medicamentos. Cada día está mejor; poco a poco vuelve a ser como antes y cada vez tiene más ganas de jugar conmigo. Todos los días vamos a dar un paseo a la playa. Pero hoy la noto más nerviosa de lo normal; he decidido sentarme en el acantilado con ella; en el mar había olas y conforme pasaban las horas el mar más se agitaba.

   Yo estaba nervioso porque mi perrita estaba desganada otra vez. He intentado despertarla para llevarla a casa, pero parecía que quería quedarse allí, así que nos quedamos y al final me dormí.

   A medianoche me desperté y vi que Mal no tenía pulso. Me puse muy nervioso y, de alguna manera, el mar también. Intenté reanimarla, pero ya no servía de nada.


   De repente, el mar estalló como lo hice yo.


   Desde ese momento, sé que puedo controlar el mar con mis emociones y voy cada vez que puedo, a deshacerme del dolor y del malestar.




"Las almas en pena se las lleva el mar" (1er premio Cat. C), de Daniel Fernández Hurtado 
   Algunas personas afirman que las almas resucitan; otras, que se reencarnan en otros seres, pero lo único que sé es que las de mis seres queridos hoy se encuentran calcinadas. Aún puedo recordar el rostro de mis hijas, Ana y Clara; y de mi mujer, Elena, justo en el momento en que discutimos y decidí abandonar la casa en busca de algo con lo que distraerme, sin saber que en cuestión de horas se produciría semejante catástrofe.

-¡Venga, vete! ¡Huye de los problemas, como siempre!- me gritaba Elena mientras atravesaba el marco de la puerta principal- ¡Ya te arrepentirás de irte!- y no le faltó razón...


   Paseando me encontraba por las calles principales del pueblo cuando me di cuenta de que llovía suavemente y decidí buscar algún lugar en el que refugiarme. Entré a una pequeña taberna donde solía quedar con amigos, y desde una de las ventanas podía apreciar cómo lo que parecía una simple lluvia primaveral iba convirtiéndose en una tormenta.


   Miraba la lluvia a través de la ventana y oía el viento sonar al chocar contra la persiana, lo cual he de decir que me parecía de lo más relajante.
   Pasado un rato, más calmado y siendo consciente de que si no volvía ahora no podría hacerlo después a causa de la lluvia, decidí emprender el camino de vuelta.

   Estaba casi llegando cuando divisé unas llamas que asomaban por las ventanas de mi casa, a la que acudí corriendo para socorrer a mi familia, siendo ya demasiado tarde...


  Acudieron los bomberos y dos ambulancias, todos diciéndome que lo sentían, pero sin tener idea alguna sobre cómo me sentía yo. Decidí entrar a mi casa de madera chamuscada, apreciando las brasas de la chimenea tras el gran incendio, y decidí salir corriendo a buscar un lugar donde poder desahogarme y llenar el vacío que había en mi pecho.


   Hoy yo, Juan Hernández, me encuentro aquí, en el acantilado frente al mar, mientras caen gotas de lluvia sobre mi rostro, pensando en cómo podría ser capaz de vivir con este vacío. Puedo divisar una ola gigante que se dirige a mí. Por un momento he pensado en huir para que no pueda atraparme... pero ya no hay marcha atrás.